La fotografía post mortem

“Ésta es una época nostálgica, y las fotografías promueven la nostalgia activamente. La fotografía es un arte elegíaco, un arte crepuscular. Casi todo lo que se fotografía, por ese mero hecho, está impregnado de patetismo. Algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atención del fotógrafo lo ha dignificado. Algo bello puede ser objeto de sentimientos tristes porque ha envejecido o decaído o ya no existe. Todas las fotografías son “memento morí”. Hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa, precisamente porque seccionan un momento y lo congelan. Todas las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo”. (“Sobre la fotografía”, Susan Sontag).

La fotografía post mortem fue una práctica que nació casi con la misma fotografía, un 19 de agosto de 1839, en París, Francia (pero tiene antecedentes en el Renacimiento, donde la técnica era el retrato por medio de la pintura en el llamado memento mori, una frase latina que significa "Recuerda que morirás" en el sentido de "Recuerda que eres mortal". Suele usarse para identificar un tema frecuente, o tópico, en el arte y la literatura que trata de la fugacidad de la vida).

Tan pronto como el daguerrotipo se popularizó comenzaron a aparecer las primeras fotografías de difuntos. Tras la muerte, la familia del fallecido se enfrentaba cara a cara con la desaparición del mismo y sólo el registro de su imagen les permitía conservar un último recuerdo del aspecto del ser amado.


Muy escasas al principio, el número de imágenes post mortem fue creciendo a medida que la adquisición de una fotografía se convertía en algo más o menos “común”. En 1860 prácticamente todos los miembros de la sociedad podían costearse el pago de un retrato, lo que popularizó en gran medida la difusión de los mismos.

En los primeros tiempos, generalmente se retrataban a los difuntos como si estuvieran dormidos, lo que otorgaba a los mismos una imagen de naturalidad (al tiempo que simbolizaba el “eterno descanso”), pero también fue muy común disponer los cadáveres de manera tal que simularan estar realizando algún acto cotidiano, proceso que incluía, en muchos casos, abrir los ojos del difunto utilizando utensilios diversos (por ejemplo la cucharita de café). Muchos de los fotógrafos de aquel entonces se convirtieron en auténticos expertos del maquillaje, llegando a obtener, en algunos casos, resultados sensacionales y en otros, bastante patéticos (hay muchas fotografías en dónde se los muestra almorzando o cenando en la misma mesa con sus familiares vivos, o bebés difuntos en sus carros o en el regazo de sus padres. Con respecto a este tema, resulta llamativo ver en las fotografías la aparente entereza de los adultos, que siempre se muestran serenos e imperturbables, y en algunos casos hasta sonrientes, pero debemos recordar que en la época en que se tomaban estas fotografías la tasa de mortalidad era prácticamente igual al número de nacimientos. La gran mayoría de las familias tenía aproximadamente entre 8 y 10 hijos de los cuales solían morir la mitad, o más).


El final de la fotografía post mortem llegó a mediados del siglo XX, con la popularización de las cámaras fotográficas modernas, que permitieron fotografiar a la gente en vida realizando distintas actividades. Sin embargo, esta actividad se sigue practicando aún cuando el personaje fallecido resulta muy importante o famoso, ya sea para documentar algún medio de prensa, o como recuerdo de la celebración funeraria en sí misma.

En fin, para algunos estas fotografías son dignas de una película de terror (¿recuerdan la película “Los otros”, del director y guionista Alejandro Amenábar?. Allí aparecen varias fotografías de difuntos, se las recomiendo). Para otros, una costumbre que ha servido como sustituto o recordatorio de la pérdida del ser amado…

 “El atractivo de las fotografías reside en que también parecen tener la categoría de objetos encontrados, rebanadas no premeditadas del mundo. Así, trafican simultáneamente con el prestigio del arte y la magia de lo real. Son nubes de fantasía y cápsulas de información. (Susan Sontag).

Adieu.