Museo del Whisky

“Manhattan…con ese trago me embriagué tan rápida y eficazmente, allá por el año 1996, que después de eso, me hice adicta a la Coca-Cola”. La Museóloga.

Cuentan que el whisky llegó a Escocia en el siglo VI de la mano de San Colombán, un monje irlandés que atravesó el brumoso mar para convertir al cristianismo al rey de los pictos, tribu que poblaba las tierras altas de la isla de Gran Bretaña. Esta leyenda adjudica de un solo golpe a los habitantes de Irlanda, no solo el invento del “agua de la vida”, el usquebaugh gaélico, sino también la entrada de Escocia en el mundo cristiano. La leyenda, lógicamente, es irlandesa, como lo es también la que explica que los pictos fueron vencidos, algún tiempo después de la incursión evangélica del santo irlandés, por compatriotas de éste que les obsequiaron con una fiesta en la que corrió abundantemente el whisky. Cuando los escoceses estuvieron totalmente borrachos no hubo excesivos problemas para transportarlos al más allá.

La historia de este licor, hoy universal, esta tejida de gran misterio, pero también de violencia y sangre. La imagen de los destiladores clandestinos, recorriendo con sus bártulos los campos escoceses a la búsqueda del arroyo protegido de miradas indiscretas, destaca junto a la del contrabandista que debía transportar el producto hasta los centros de consumo, desafiando la vigilancia de los recaudadores de impuestos. Hubo un momento en que la destilación del “agua de la vida” llegó a ser un signo de rebeldía frente a los denominadores ingleses y la representación de la lucha de Escocia contra el centralismo, promoviendo revueltas y motines.


Desde la primera ocasión en que el nombre de este licor apareció oficialmente en los documentos de la casa real de Escocia (1494), no estuvo exento de conflictos. Tan sólo 6 años después y tras unas primeras escaramuzas, las autoridades escocesas prohibieron la venta del whisky “a cualquier persona que no fuera barbero o cirujano”, intentando circunscribir su uso a fines medicinales (la verdad es que la prohibición no surtió efecto y los escoceses siguieron destilando y bebiéndolo apenas salía del alambique).

Las propiedades terapéuticas del usquebaugh fueron glosadas repetidamente con más que exagerado entusiasmo y tal vez fuera Holished, en “Las crónicas de Inglaterra, de Escocia y de Irlanda” (1578), el que más exagerara sus propiedades. Según él, “impide que la cabeza de vueltas, que los ojos se nublen, que la lengua cecee, que la boca se acartone, que la garganta raspe, que el gaznate se sofoque, que el corazón se precipite, que el estómago se agite, que el vientre se contraiga, que los intestinos crujan, que las manos tiemblen, que los tendones se encojan, que las venas se estrechen, que los huesos se reblandezcan; a decir verdad, es un licor soberano, si se toma de modo sistemático”.

Digamos que no hay constancia alguna de que el whisky consiguiera producir tan extraordinarios hechos, pero lo que si existe, y muy documentada, de que ocupó el lugar central de los ritos funerarios de Escocia, consiguiendo alegrar el último adiós de familiares y deudos a sus finados. En 1618 aparece en la relación de los gastos funerarios de un terrateniente de las Highlands (Tierras Altas) de Escocia, una suculenta partida de dinero destinada a sufragar el whisky del velatorio. También es cierto que tuvo otros usos todavía más heterodoxos, como cuando se le ofreció a Lord Strathallan, tras la batalla de Culloden en la que desapareció el último Estuardo, junto a una galleta de avena y como sustitutivo de la comunión, ante la falta de los productos necesarios para dicho acto religioso.

En 1579, nuevamente el Parlamento de Escocia prohibió la fabricación del “agua de la vida” a todos sus súbditos, exceptuando lores y gentilhombres; y menos todavía la corona inglesa, una vez formalizada la “Unión”, inició una ofensiva fiscal y dejó en la ilegalidad a la mayor parte de los alambiques escoceses.

La descarada clandestinidad de su fabricación –de los 408 alambiques que funcionaban en Edimburgo en 1777, tan sólo 8 disponían de licencia- y el contrabando en su distribución, hicieron del whisky un producto formalmente maldito pero que, sin embargo, era objeto de ansiosas apetencias. Ningún ciudadano inglés quería prescindir de un licor que ya hacía frontalmente la competencia a brandys y ginebras incluso en las elites más extranjerizantes. La pugna entre el estado inglés –que vio como el whisky ilegal sobrevivía holgadamente a su acoso-, y los destiladores de las Lowlands y las Highlands escocesas, finalizó en 1823 cuando el Parlamento británico aprobó la Wash act de los pequeños alambiques. El duque de Richmond y Gordon, que fue uno de los adalides de la liberación, pudo demostrar su tesis de que “vivir en el miedo no da mejor whisky, sino que, con toda seguridad, acorta la vida”.

En fin...si quieren conocer aún más la interesante historia del whisky y todos los secretos sobre su destilación pueden visitar el Scotch Tavern y Museo del Whisky que es uno de los mejores lugares de Barcelona para degustarlos y conocer otros combinados escoceses.

Y como dice el proverbio escocés: “un whisky está bien, dos es demasiado, tres ¡no son bastantes!”.

Adieu!.